Actualmente la tecnología nos proporciona infinidad de medios para documentar la apariencia de la realidad. La fotografía, el video y el cine liberaron al artista de esa tarea. Aun así, el pintor sigue representando realidades de otras maneras. Algunos parten de la realidad y la imitan; otros parten de ella y la deforman, modifican sus formas o sus colores. Otros toman el mundo exterior como referencia pero lo recrean hasta que es imposible reconocerlo. Y algunos desean crear una realidad nueva, la de sus emociones y fantasías, expresando lo que solo pueden decir con formas y colores. Unos de los cambios más importantes en la pintura del S XX fue que muchos artistas dejaron de usar el color de manera descriptiva.
Al color, como a las palabras, puede dársele significados simbólicos. Muchas veces esos símbolos son propios de una cultura. Esto hace que puedan ser interpretados por quienes los conocen. En nuestra cultura, el luto es simbolizado por el color negro. En algunas culturas de Oriente, en cambio, el color del luto es el blanco. Para los hindúes, el naranja es el color místico, en cambio en Occidente, nos asombraríamos de ver a un sacerdote con sotana naranja.
En la vida diaria percibimos la realidad “en color”, es decir, que el color nos brinda información acerca de los objetos y situaciones que nos rodean. Se comprende entonces que nos parezca, en principio, que e
n las imágenes el color posee una descripción naturalista y documental. Pero el color tiene también una dimensión estética: hay un alto grado de subjetivismo en su utilización. El color posee, además, valores simbólicos: significados culturalmente admitidos que amplían y modifican el valor de la imagen. Ciertos colores nos parecen más apropiados que otros para alcanzar determinados fines comunicacionales. Por todo ello, el uso consciente del color en las imágenes amplía y enriquece el abanico de recursos creadores.